Más adentro no se percibe lo ilógico, lo banal, lo irracional.
No se ven las diferencias, ni las erratas, ni la bruma; porque la bruma parece ser la constante.
Ante mi prisa y el desorden pretendo esquivar las miradas ajenas, pero tu seguridad y entereza me tocan el brazo pidiendo un poco de calma en este lindo atardecer.
Los quijotes y soldados desfilan enfundando sus célebres batallas condecoradas y me entra el miedo rodeada de tanta arma y paso firme.
Tu mano me roza todavía aunque había dejado de sentir la sutileza: estás ahí, siempre estás ahí, esperando a que apriete tu arrugada mano entre las mías suaves y escuche los consejos que te quedan por decir.
La calma vuelve aún a pesar de estar en plena campaña armada, ¿no son graciosos esos aterradores machos que embisten al enemigo con fusiles y no son capaces de protegerse del viento más que con unas finas faldas?
N. Pérez