No tenía ganas de caminar, no le apetecía seguir vagando sin
rumbo. Un buen día decidió naufragar y ver qué le deparaba así el destino.
Las fuerzas se le habían agotado y sentía sueño y
frustración; no podía estar un segundo más en pie, sobretodo porque sabía que
nadie era capaz de sujetarla, sabía que si no lo hacía ella misma se caería y
no tenía muchas ganas de seguir erguida…
Se preguntaba cómo sería la vida sin un mañana y las mañanas
sin el sol, se planteaba la posibilidad de ceder ante lo que le abrumaba y
dejar de patalear. Si se convertía en una planta, en un vegetal, ¿qué pasaría a
su alrededor? ¿Cómo reaccionarían los espectadores?
Tal vez sería recluida en un centro donde la obligarían a
comer y le darían pastillas a todas horas y ella seguiría inmóvil, callada y en
silencio, conversando solamente con su diario y con su voz interior.
Miró al espejo y supo que debía dormir aunque acababa de
despertarse, rogó a los seres omnipresentes y omnipotentes por su alma y por su
voluntad, apoyó su cuerpo desnudo en las sábanas recién puestas y con un
suspiro dijo adiós.
N.Pérez