Sabemos que la infancia no es más que un constructo
inventado y sorprendentemente reciente. Sabemos que la infancia es necesaria,
útil, afianzadora… ¿Lo sabemos?
Jugamos a poner en manos de los niños el peso de nosotros
mismos, jugamos a robarles esa oportunidad que ellos poseen y los demás hemos
perdido. Queremos que sean prototipos de lo que no fuimos y nos excusamos
diciendo que les damos una oportunidad que a los demás nos fue negada. ¿Somos
acaso conscientes de que restamos vida para jugar a un juego ilícito?
Es hermoso verles sonreír, escuchar como apuntan nuestras
incompetencias y señalan cada pequeño detalle que se les escapa de sus manos y
de su inteligente lógica infantil. ¿Por qué usurpamos la inocencia, la
fortaleza de la sinceridad, el castillo de los sueños?
Hemos de jugar, entrar en su palacio, arrodillarnos ante el
gran rey elaborado de sensaciones tan intangibles como verídicas y susurrar
lentamente palabras al oído del valiente soldadito que se abre camino.
Un secreto pronunciado han de ser las leyes sociales, la
comunidad y nuestra inminente mentira. Una trama de juego compartido deben ser
los modales, la compostura y el “saber estar”.
Pongo un arco y una flecha en cada mano amiga adorada, pongo
un juego de verdades en su dura realidad y les ruego que estén protegidos y
actúen con sus propias armas, con sus sueños y con la seguridad de que nunca
van a decepcionarnos y que siempre serán amados.
Se nos está olvidando lo más humano con la excusa de educar:
ellos no han de llevar el disfraz más elaborado, deben saber alentar su propio
genio creador…
N.Pérez